Thursday, April 28, 2016

Pocas palabras sobre el impacto de "La casa de Asterión" de Borges


Quisiera agradecer a la gente de Asclaye por invitarme a la CELEBRACIÓN DEL DÍA INTERNACIONAL DEL LIBRO Y EL DERECHO DEL AUTOR y especialmente a Mercedes Fernández de Rodríguez. Siempre es un gran placer y un honor estar aquí con todos ustedes.

En un momento clave de mi vida, cuando mi madre acababa de morir después de una enfermedad grave y larga, tomé conciencia y acepté que no hay una sola verdad en esta vida y que hay que mostrar constante empatía a la gente para poder entender la diversidad y comunicarse de una manera más eficaz y satisfactoria.

La literatura me había servido como machete para abrir caminos. Un cuento corto de Jorge Luis Borges me ayudó a darme cuenta de que ya estaba en el camino correcto. Es del libro El Aleph (1949), La Casa de Asterión. Habla del mito de Minotauro, de una manera totalmente diferente de la que los griegos estamos acostumbrados. Grecia y Argentina, en un viaje de torceduras y reveses.

El mito griego dice que el dios Poseidón condenó a Pasifae, esposa del rey de Creta – Minos- a dar a luz a Minotauro, un monstruo con enorme cuerpo de hombre y cabeza de toro. Para esconderlo, Minos ordenó al famoso arquitecto Dédalo que construyera un laberinto y escondió allí al Minotauro. Los atenienses tenían que enviar cada nueve años a siete jóvenes y siete doncellas a Creta, como ofrenda al Minotauro. Alguien tenía que acabar con el monstruo y salvar a los jóvenes. Fue Teseo, el hijo del rey de Atenas, Egeo, el salvador, con la ayuda del hilo de Ariadna, la hermanastra del Minotauro. El héroe, aunque mató al monstruo, finalmente no cumplió con su promesa a Ariadna y la abandonó en la isla de Naxos, por eso los dioses le castigaron, arrebatando la vida de su padre, que se suicidó arrojándose al mar que hoy llamamos Mar Egeo.

Para mí, fue un choque ver la diferencia entre la visión del mito griego y la de Borges, que habla con la voz del Minotauro. La diversidad. Una palabra tan grave y tan inmensa, como la propia vida. No hay vida sin diversidades. Para sobrevivir en paz interior y exterior, tenemos que aceptarlas y respetarlas.

Asterión, el protagonista de Borges (que al final muestra su verdadera cara de Minotauro), habla de su vida como príncipe, el hijo de una reina, que vive en un palacio enorme y único. Tiene una ilusión de libertad, no acepta que está prisionero en su propia casa y repite que no hay ni una puerta cerrada, ni una sola cerradura. En su casa puede entrar y salir quien quiera y hasta él mismo salió un día, pero como ser diferente, un príncipe, no pudo confundirse con el vulgo (aunque lo quería) y por eso regresó y no lo repitió más. Así explica que la gente tratara de huir, cuando se enfrentó al monstruo.

Asterión se siente único. La soberbia del príncipe no le dejó aprender a leer pero a veces lo deplora, porque como dice “las noches y los días son largos”. Cada palabra rezuma soledad. Al mismo tiempo, trata de divertirse corriendo por las galerías de su casa, pretende que le buscan, y ha creado hasta un amigo mágico, el otro Asterión, para compartir su enorme casa, que tiene el tamaño del mundo. Un mundo que tiene todo repetido muchas veces, como los mares y los templos, excepto dos cosas que parecen estar una sola vez, el sol arriba, y él, Asterión, abajo. Su ilusión de grandeza le hace pensar que quizás fue él quien creó el universo, pero no puede recordar nada.

Asterión tiene su propia explicación sobre las ofrendas humanas. Son gentes que le visitan para que los libere de todo mal. Él corre alegremente a buscarlos pero ellos caen sin que él manche sus manos de sangre. Y se quedan allí, salvados, para distinguir una galería de la otra.

Uno de ellos, su único contacto con el mundo, un día profetizó que alguna vez llegaría el redentor de Asterión. Y ese es su consuelo, su esperanza en los incalculables días y noches eternos, en esta casa inmensa, donde la vida es principalmente el dolor. El sueño de Asterión es la cara de su redentor, se pregunta si será un toro o un hombre, o quizás un toro con cara de hombre, como él.

Aquí se desvanece la voz del protagonista.


Borges revela el misterio del personaje, reverberando el sol de la mañana en la espada de bronce, donde ya no queda ni un vestigio de sangre. Teseo, el redentor, pone el broche de oro en este cuento con una frase subversiva:
¿Lo creerás, Ariadna?  El Minotauro apenas se defendió.

El monstruo ha sido redimido por su martirio.

La aterradora soledad de ser diferente en dos páginas, que incluyen la historia de la humanidad en este planeta. Eso es la literatura. Un viaje al tiempo y al espacio, que nos hace pensar, amplía nuestro espíritu y abre nuestros corazones.

Por Juanita La Quejica

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