Madrugada del 17 al 18 de agosto de 1936. Cuatro prisioneros son llevados por los golpistas hasta la carretera que va de Víznar a Alfacar. Allí las balas hacen diana y tras el estruendo caen abatidos dejando una serena noche de verano. Podría ser una historia de tantas que se repitieron a lo largo de tres años de Guerra Civil, pero es el relato del asesinato en Granada del maestro Dióscoro Galindo, los banderilleros anarquistas Francisco Galadín y Joaquín Arcollas, y de Federico García Lorca, el poeta español más celebrado del siglo XX y símbolo de todos los desaparecidos que todavía hoy, 82 años después, permanecen en una fosa común.
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La familia de Lorca se opone a la excavación
La búsqueda se iniciará gracias a una nieta de Dióscoro Galindo –el maestro era cojo y entre los restos apareció una muleta- y la CGT, que se reconocen como “herederos intelectuales” de Arcollas. Por su parte, la familia de Lorca se ha mostrado contraria siempre a cualquier intento por desenterrar al poeta.
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La muerte condena a muchos escritores a un limbo del que, con suerte, salen convertidos en clásicos. Pasan entonces a ser objeto de estudio más que de lectura, dejan de entrar en la vida de la gente para entrar en el examen de selectividad. Federico García Lorca es una excepción. Aunque mañana, 18 de agosto, se cumplen 82 años de su fusilamiento —oficialmente falleció “a consecuencia de heridas producidas por hechos de guerra”—, su figura parece más viva que nunca.
Fuentes:
La Vanguardia
El País
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