En lo que podríamos llamar un vínculo histórico de desencuentros, la relación entre el Centro de Lenguas Modernas y su propietario, la Universidad de Granada, siempre cae, como el protagonista de aquella célebre ranchera, en los mismos errores: otra vez a brindar con extraños y a llorar por los mismos dolores. Las diferentes direcciones, nombradas por los sucesivos equipos rectorales, acuden al CLM con las mejores intenciones, entre ellas la imponderable de dejar huella. Y la dejan. Pero, en el camino de promesas sin número, nada sustancial cambia.
Que la situación económica de nuestro centro en años pasados ha sido buena es de dominio público. Que eso no ha repercutido nunca en los salarios de sus trabajadores, patente. Que a día de hoy la coyuntura no es lo próspera que desearíamos y que la crisis económica tiene que ver en esta deriva, a nadie se le escapa. Pero que los profesores y el personal de administración y servicios, que trabajan, antes como ahora, con constancia y eficacia no tienen responsabilidad en el asunto, es algo que la ciudadanía ignora y debe conocer cuanto antes.
La ausencia de un plan de gestión a largo plazo por parte de la Universidad y la falta de continuidad entre las distintas direcciones son las causas primeras, pero no las únicas, de la situación que hoy padecemos. Se han dejado extinguir programas y cursos de formación europeos; ha habido reformas-estrella que han conducido a la pérdida de un alumnado nacional fiel y satisfecho con nuestras clases y nuestros servicios, tendiendo de paso una alfombra a la competencia; la estrategia publicitaria ha llegado muy tarde y ha sido, de momento, ineficaz; se ha reaccionado con lentitud y retraso a la hora de solucionar problemas advertidos por todos; el personalismo y la inconsistencia han lastrado, en momentos no tan lejanos, decisiones trascendentes. Estos errores los hemos venido denunciando no solo desde el actual, sino también desde anteriores comités de empresa, por medio de escritos, peticiones, sugerencias y reclamaciones a los rectores de turno, que, siguiendo un patrón ya clásico, no se dignan respondernos. La actitud de nuestros administradores, en la que la autocrítica se desconoce, presenta esa bipolaridad típica de quienes dejan las cosas en manos de la Providencia: ufana durante los años de bonanza, quejosa y amenazante en los de vacas flacas.
La nuestra es una sociedad mercantil pública de gestión privada, por lo que no dependemos de los presupuestos de la Junta de Andalucía: nadie nos subvenciona, generamos nuestros propios ingresos y pagamos un canon anual a la alcancía universitaria. Como "empresa pública de la Universidad de Granada" que somos, hemos sufrido la misma suerte que los trabajadores de la UGR: en 2012 no se nos abonó la paga extra de Navidad y durante los años 2013 y 2014 se nos ha aplicado el Decreto de la Junta por el que se nos ha descontado el 5% de nuestro sueldo (por otra parte, en el CLM, congelado desde 2010). De todos es sabido que a partir de enero de 2015 aquella medida, la reducción del 5%, deja de aplicarse en Andalucía. Por Ley. Todos los trabajadores de la UGR volverán a cobrar su salario íntegro; sin embargo, el Consejo de Administración del CLM, cuyo consejero delegado es don Andrés Navarro, gerente de la Universidad, decidió en su reunión de diciembre bajar el nuestro en un 5% a partir de 2015, aduciendo pérdidas continuadas y blandiendo la espada de Damocles de una posible "adaptación de la plantilla a las necesidades de la empresa". Lo extraordinario es que aquel 5 %, en nuestro caso, no fue a los presupuestos autonómicos, es decir, al dinero de todos, como ha ocurrido con el de los funcionarios públicos, sino a unas arcas, las del CLM, en las que ahora se encuentra confortablemente instalado y prefiere no volver a salir a la intemperie. ¿No estamos ante una discriminación patente y una nueva e injusta bajada de salario, en toda regla?
En el CLM sabemos quiénes somos: la institución especializada en enseñanza de idiomas y cultura hispánica de la universidad. Nosotros lo sabemos, pero la universidad, esporádicamente, se confunde. Cada vez que a la Institución (a su rector, a su gerente, a sus vicerrectores) le conviene presentar al mundo un centro especializado y prestigioso en la didáctica de lenguas, con docentes altamente cualificados, muchos de ellos autores conocidos y ponentes internacionales, nos proclama parte suya, mas cuando se trata de retribución o de derechos de los trabajadores, o de la necesaria corresponsabilidad, por parte de aquellos claustros, en la gestión y promoción de nuestros cursos, nada se sabe, nadie contesta.
También nuestros vecinos saben quiénes somos, y nos consideran un valioso capital humano y económico, un activo muy importante para su barrio, el Realejo. Es un hecho que la presencia de nuestras dos sedes, una junto a Pavaneras y la otra en Molinos, ha revitalizado la zona y que a su amparo se han abierto numerosos establecimientos orientados al alumnado estacional extranjero. Toda Granada, primer destino Erasmus absoluto y una de las ciudades con más gancho internacional para el estudio del español, se beneficia de nuestra presencia.
El nuestro es un centro especializado de referencia, cuyo personal no ha cejado en esforzarse para que el buen crédito no decline. Es hora de que la ciudadanía, la comunidad universitaria a la que servimos, el barrio del Realejo en el que desempeñamos nuestra tarea y nuestros estudiantes conozcan todas estas realidades, sistemáticamente escamoteadas.
Que la situación económica de nuestro centro en años pasados ha sido buena es de dominio público. Que eso no ha repercutido nunca en los salarios de sus trabajadores, patente. Que a día de hoy la coyuntura no es lo próspera que desearíamos y que la crisis económica tiene que ver en esta deriva, a nadie se le escapa. Pero que los profesores y el personal de administración y servicios, que trabajan, antes como ahora, con constancia y eficacia no tienen responsabilidad en el asunto, es algo que la ciudadanía ignora y debe conocer cuanto antes.
La ausencia de un plan de gestión a largo plazo por parte de la Universidad y la falta de continuidad entre las distintas direcciones son las causas primeras, pero no las únicas, de la situación que hoy padecemos. Se han dejado extinguir programas y cursos de formación europeos; ha habido reformas-estrella que han conducido a la pérdida de un alumnado nacional fiel y satisfecho con nuestras clases y nuestros servicios, tendiendo de paso una alfombra a la competencia; la estrategia publicitaria ha llegado muy tarde y ha sido, de momento, ineficaz; se ha reaccionado con lentitud y retraso a la hora de solucionar problemas advertidos por todos; el personalismo y la inconsistencia han lastrado, en momentos no tan lejanos, decisiones trascendentes. Estos errores los hemos venido denunciando no solo desde el actual, sino también desde anteriores comités de empresa, por medio de escritos, peticiones, sugerencias y reclamaciones a los rectores de turno, que, siguiendo un patrón ya clásico, no se dignan respondernos. La actitud de nuestros administradores, en la que la autocrítica se desconoce, presenta esa bipolaridad típica de quienes dejan las cosas en manos de la Providencia: ufana durante los años de bonanza, quejosa y amenazante en los de vacas flacas.
La nuestra es una sociedad mercantil pública de gestión privada, por lo que no dependemos de los presupuestos de la Junta de Andalucía: nadie nos subvenciona, generamos nuestros propios ingresos y pagamos un canon anual a la alcancía universitaria. Como "empresa pública de la Universidad de Granada" que somos, hemos sufrido la misma suerte que los trabajadores de la UGR: en 2012 no se nos abonó la paga extra de Navidad y durante los años 2013 y 2014 se nos ha aplicado el Decreto de la Junta por el que se nos ha descontado el 5% de nuestro sueldo (por otra parte, en el CLM, congelado desde 2010). De todos es sabido que a partir de enero de 2015 aquella medida, la reducción del 5%, deja de aplicarse en Andalucía. Por Ley. Todos los trabajadores de la UGR volverán a cobrar su salario íntegro; sin embargo, el Consejo de Administración del CLM, cuyo consejero delegado es don Andrés Navarro, gerente de la Universidad, decidió en su reunión de diciembre bajar el nuestro en un 5% a partir de 2015, aduciendo pérdidas continuadas y blandiendo la espada de Damocles de una posible "adaptación de la plantilla a las necesidades de la empresa". Lo extraordinario es que aquel 5 %, en nuestro caso, no fue a los presupuestos autonómicos, es decir, al dinero de todos, como ha ocurrido con el de los funcionarios públicos, sino a unas arcas, las del CLM, en las que ahora se encuentra confortablemente instalado y prefiere no volver a salir a la intemperie. ¿No estamos ante una discriminación patente y una nueva e injusta bajada de salario, en toda regla?
En el CLM sabemos quiénes somos: la institución especializada en enseñanza de idiomas y cultura hispánica de la universidad. Nosotros lo sabemos, pero la universidad, esporádicamente, se confunde. Cada vez que a la Institución (a su rector, a su gerente, a sus vicerrectores) le conviene presentar al mundo un centro especializado y prestigioso en la didáctica de lenguas, con docentes altamente cualificados, muchos de ellos autores conocidos y ponentes internacionales, nos proclama parte suya, mas cuando se trata de retribución o de derechos de los trabajadores, o de la necesaria corresponsabilidad, por parte de aquellos claustros, en la gestión y promoción de nuestros cursos, nada se sabe, nadie contesta.
También nuestros vecinos saben quiénes somos, y nos consideran un valioso capital humano y económico, un activo muy importante para su barrio, el Realejo. Es un hecho que la presencia de nuestras dos sedes, una junto a Pavaneras y la otra en Molinos, ha revitalizado la zona y que a su amparo se han abierto numerosos establecimientos orientados al alumnado estacional extranjero. Toda Granada, primer destino Erasmus absoluto y una de las ciudades con más gancho internacional para el estudio del español, se beneficia de nuestra presencia.
El nuestro es un centro especializado de referencia, cuyo personal no ha cejado en esforzarse para que el buen crédito no decline. Es hora de que la ciudadanía, la comunidad universitaria a la que servimos, el barrio del Realejo en el que desempeñamos nuestra tarea y nuestros estudiantes conozcan todas estas realidades, sistemáticamente escamoteadas.
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