Monday, January 14, 2013

El misterio de la vida y la muerte

El campanario del Salvador era un refugio permanente de palomas y murciélagos durante todo el año y de golondrinas y vencejos en verano que se lanzaban al vacío de la placeta buscando corrientes cálidas de aire. Los murciélagos, más atrevidos, llegaban al anochecer hasta mi terraza volando como mariposas pardas y eludiendo misteriosamente el entramado de alambres del tendedero. Las palomas, más solemnes y señoronas, se pasaban el día zureando en sus agujeros hasta que sonaban las campanas y huían asustadas dando vueltas de tejado en tejado.
El tañido de las campanas del Salvador no era el mismo cuando repicaban que cuando doblaban a muerto. En el primer caso el ánimo se exaltaba y en el segundo se encogía.
- ¡Están doblando las campanas! ¿Quién se habrá muerto? -se escuchaba por los patios de vecinos.
- ¡Ha sido un niño! -contestaba alguien.
- ¿Cómo saben que ha sido un niño? -le pregunté a mi madre. Y esta me explicó que el número de toques cortos y su cadencia no eran los mismos para los hombres, las mujeres o los niños.
Jugando una tarde en la placeta del Salvador vimos la comitiva de un entierro aproximarse por un callejón y todos los niños echamos a correr impresionados porque nos dio miedo. Al día siguiente vimos el cortejo de un bautizo y todos corrimos a su encuentro. Si nos hubieran preguntado por qué, no lo hubiéramos sabido explicar. El misterio de la vida y la muerte aún no había madurado en nuestros corazones…


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